¡Qué lejos te vas quedando!
Foto de José Luis Pérez Ríos.
José Gerardo Pérez y Valdez, “Don José” nació en la ciudad de Puebla un 24 de
septiembre de 1946, fue el hijo de en
medio o sándwich con un hermano mayor
y uno menor a él.
Su infancia por lo que él relata fue una
niñez desfavorable, desde muy pequeño
tuvo que independizarse, debido a los problemas que había en su casa cuando sus
padres se separaron y él se quedó a cargo de su mamá y su padrastro, el cual golpeaba a su mamá casi a diario y en
un arranque de furia “Don José” de sólo 4 años estrelló un vaso sobre la cara
de su padrastro y esa fue su sentencia para no regresar a su casa jamás.
“No se
si a partir de ese momento comenzó una mejor vida para mi o un calvario” cuenta
Dos José ya que tuvo que comenzar a trabajar en lo que pudo con tal de
subsistir, incluso cuenta que sacaba las sobras de comida de la basura y de ahí
se alimentaba para sobrevivir.
Después de varios trabajos como “mozo”,
“mandadero” y más. Llegó a trabajar a una panadería fue ahí donde se dio cuenta
de la habilidad que tenia haciendo pan y lo mucho que le gustaba trabajar entre
hornos y harina.
Dentro de la panadería había una chica que
trabaja como dependienta, ella fue quien lo motivó para meterse a la escuela a
aprender a leer y escribir, todos los días ella le enviaba notitas pero él no
podía contestarle, porque no sabia leer, un panadero le ayudaba contestando las
notas, pero el día que enfermó y ya no pudo regresar más a trabajar tuvo que
entrar a la escuela para responder las notas de amor.
De cualquier manera esta mujercita no pasó “sin
pena ni gloria” por su vida, ya que años después él encontró a la mujer de su
vida con quien quería pasar el resto de sus días, “Doña Cecy”. Se conocieron
cuando ella tenia sólo 15 años y el 17, él pasaba a diario frente a su casa
para verla saltar la cuerda junto a sus amigas, un día se armó de valor y fue a
hablar con ella, tiempo después se hicieron novios y en unos meses sus papás ya habían arreglado
la boda, ellos un poco desconfiados y asustados se negaron y la pospusieron
tanto como pudieron, aunque al final eso terminó siendo una fiesta de tres días
de mole.
El matrimonio Pérez Ríos tuvo 8 hijos, al
principio todo era muy fácil los niños crecían y no necesitaban tantas cosas y
con el sueldo de Don José era suficiente, sin embargo, cuando comenzaron a
entrar a las preparatorias y Universidades las cosas se pusieron difíciles y
Don José tuvo que tomar una decisión que le llevó semanas enteras pensándolo día
y noche, hasta que por fin lo decidió se iría
a Estados Unidos de indocumentado, allá tenia familia y uno de sus
sobrinos le ayudaría a pagar el “coyote” .
Sabiendo que dejaría a sus hijos a su esposa,
que extrañaría su país, su lengua, su cultura, su comida, metió en una pequeña
maleta artículos personales y una tarde de mayo de 1988 salió de su casa
regañando a su esposa porque comenzaba a llorar y de esta manera él creía que
su esposa se alegría de que se fuera, porque así no le volvería a alzar la voz.
“Nunca me voy a perdonar, la manera en la que
le grité y regañé, pero yo quería que se olvidara de mi ahora que me iba y que
me odiara, para que así no le doliera mi partida” dice Don José, cuando habla
sobre su último día en Puebla.
Una semana después de dos intentos por fin pudo
llegar a Nueva York ahí lo esperaban sus primos, sobrinos, y a pesar estar en familia, nunca se pudo
sacar de la mente a su esposa e hijos. “Durante un año lloré todos los días,
pensando en los míos y que yo no estaba ahí en un viaje placentero, que no
tenia fecha definida para regresar, pero sólo de esa manera me sequé por
dentro, vaciándome completamente me acoplé a este proceso diferente, arrancándome tripas, alma
y corazón, quedando seco por dentro “.
Don José sabia cual era su objetivo: una mejor
vida para los suyos, sin él, pero al final una mejor vida.
A pesar de que su familia siempre fue su
principal motor para estar en Estados Unidos, la carne fue débil y necesitaba
sentirse querido por algunas nuevas chicas, así que tuvo algunas relaciones
esporádicas con algunas americana y una indonesia, sin embargo, nunca pasaron
de ser “de manita sudada” porque él tenía un compromiso en su país.
Trabajó en muchos restaurantes dentro y fuera
de NY, ahí conoció a personas de diferentes
nacionalidades, incluso aprendió algunas palabras en mandarín cuando trabajó en
restaurantes chinos. Pero si de algo puede estar seguro es que la solidaridad
entre latinos es nula, es una eterna competencia por conseguir trabajo, todos
hace lo posible por hacerte caer. Eso sí jamás fue discriminado por nadie
mientras vivió en EUA.
A los cinco años de haber llegado falleció su
madre, un día decidió llamar a su casa, sentía que algo malo pasaba en
México, creyó que su esposa estaba
enferma y cuando marcó, se enteró que su madre estaba siendo velada. Desde tan
lejos no podía hacer nada, más que llorar.
Fue así como comenzó a valorar más y más lo que
había dejado atrás, el tiempo con su esposa, sus hijos pero también adquirió un
nuevo aprendizaje sobre la vida, convivió con gente diferente, tuvo la
oportunidad de sentirse orgulloso de su país estando tan lejos de él.
“Cada vez que yo escuchaba un mariachi o
cielito lindo en mi estancia en EUA corría hacia donde estaban, quería sentirme
cerca de mi gente, me daba gusto encontrarme con mexicanos, alguna vez llegó al
restaurante donde yo trabajaba Lola la trailera, estaba ahí dando un
espectáculo y me acerqué a saludarla, me sentía bien que los mexicanos fuéramos
tan queridos en otro país.”
A pesar de todas experiencias y nuevo
aprendizaje, en 2008 decidió regresarse a México, con su familia, ya estaba muy
cansado y harto de estar lejos, de conocer a tanta gente y no sentirse parte de
ellos.